Me entristece reportar que hoy, fui una idiota del aeropuerto.
Mientras estaba en la fila de boletos, atascada en medio de varios bebés gritando, mamás agotadas cargando asientos de coche para bebé y una tripulación de ocho militares con dos maletas de lona super repletas cada uno, la espera alrededor de los cuatro torniquetes hacia los checadores de boletos parecía interminable. Estiré el cuello hacia adelante en un vano intento de inhalar el vapor del café mañanero que la pareja delante de mí pasaba de un lado a otro, pero fue inútil. Después de una particular y estresante semana, en la que había estado despierta hasta las 2:00 am en el teléfono tratando de resolver un problema de equipaje con dos agentes de aerolíneas, quienes al final dijeron que tenía que ser arreglado en el aeropuerto.
Cuando finalmente llegué al frente de la fila, expliqué mi situación: “Compré mi boleto con la tarjeta de crédito de su aerolínea y supuestamente obtengo una maleta para registrar gratis pero cuando revisé en internet, me están cobrando $30 USD. Hablé con un supervisor de su aerolínea quien me dijo que podían quitar esa tarifa en la recepción del aeropuerto. Ella puso una nota en el registro de mi reservación.”
Una hora y tres empleados del aeropuerto más tarde, el problema aún no había sido resuelto y simplemente me dijeron, “No aparece en nuestro sistema.” En este momento, sólo quedaban 45 minutos antes de mi vuelo y todavía que atravesar una larga fila en seguridad.
Y entonces sucedió: Me convertí en una de esas personas…del tipo que pierde por completo la calma. Podía sentir mi estómago apretado y mis puños empezaron a apretarse cuando el segundo supervisor me dijo que no había nada que pudiera hacer. Me sentí indignada, más allá de exhausta, pisoteada y ante todo, engañada por la aerolínea sobre las ventajas de su tarjeta de crédito. Siumltáneamente, quería poner mi cabeza sobre la mesa y llorar y golpear al supervisor en la cara. No le grité al agente de los boletos, pero definitivamente no fui paciente ni cortés.
Maldiciendo entre dientes, pagué la tarifa del equipaje y literalmente corrí hacia seguridad. Una vez en el otro lado, me tomé un momento para reagruparme:
¿Por qué me siento provocada por el mal servicio al cliente, o cuando los servicios de una compañía no cumplen lo que prometen? Parte de esto es que no me gusta ser castigada cuando no he hecho nada malo. Eso probablemente se deriva de algunas experiencias de la infancia que he reprimido. Tampoco me gusta cuando la gente no cumple su palabra; odio ser engañada. ¿Y quién disfruta ser tratado tan mal, estar siempre en espera y aún más por un supervisor, teniendo que explicar la situación una y otra vez?
Sin embargo, ¿por qué lo hago tan estresante? A veces soy paciente y amable con los representantes de servicio en una situación frustrante, y no es sorprendente, están más dispuestos a ayudarme cuando lo soy. Entonces, ¿qué sucede exactamente conmigo cuando pierdo el piso y en cambio me enojo?
Después de comprarme una galleta en la panadería y un masaje express de 10 minutos, puse las cosas otra vez en perspectiva. Como mi amiga Shelley me sigue señalando, necesito limpiar la energía de las cosas que tienden a ser difíciles. Cuando regreso a mi subconsciente creencia familiar de que la vida es una lucha, atraigo situaciones como ésta donde las cosas se vuelven más difíciles de lo que deberían ser.
Entonces, ¿cómo limpio esta energía? La clave parece tener su origen en la actitud con la que me acerco a la situación. Cuando llego a una situación difícil e injusta con una actitud negativa de “este es un problema”, en efecto lo es. En cambio, cuando llego con una actitud relajada para resolver el problema, por ejemplo, “No es gran cosa, pero vamos a buscar una forma de resolver esto,” la gente de servicio me atiende bien y la situación a menudo termina mejor. (Por ejemplo, la última vez que tuve un problema con una aerolínea, permanecí calmada, paciente e incluso bromeé con los agentes y al final me dieron un asiento mejor.)
Cuando me formé en la fila de abordar, seguí repitiéndome calladamente: “No es un problema.” “No tiene que ser difícil.” Después de unos minutos, me dí cuenta que me había formado en el grupo de abordar equivocado y que ahora tenía que ir hasta el final de una fila muy larga.
“Oh, rayos, estoy en el grupo 2, no en el grupo 3,” murmuré en voz alta.
El hombre que estaba a mi lado en el grupo 2 dió un paso atrás y agitando la mano, me invitó a formarme delante de él.
“¡Wow, gracias!” dije, sorprendida.
“No hay problema,” él sonrió.
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Laurie, que importante es esto que dices, nos metemos en la vida cotidiana, que a veces cuando nos suceden cosas, y le damos nuestra mejor y actitud siempre todo fluye mejor! Muy inspirador y cierto