Todo comenzó con mi portabicicletas.
Ahora que tenía mi carro nuevo, ya no podía usar mi portabicicletas Yakima, el cual no era compatible con mi nueva escotilla. Al seguir hurgando en el fondo de mi armario, noté toda clase de equipo que ya no uso, así como algunas cosas nuevas que todavía tenían las etiquetas puestas. Esquíes, equipo para escalar, equipo para remar, hacha de hielo… Era como una venta privada de equipo de senderismo.
Saqué todo mi equipo de aventura y lo esparcí en el piso. Entonces les escribí a todos mis amigos y familiares, avisándoles que lo vendaría muy barato. En lugar de dejar que siguiera empolvándose, podría ganar unos dólares, mientras que al mismo tiempo, haría felices a algunos entusiastas que saben lo caro que es ese equipo nuevo.
Las respuestas me sorprendieron completamente.
“¿Qué onda, deshaciéndote de tu equipo? ¿Cambiando tu estilo de vida?”
“¿Por qué estás dejando tu vida al aire libre?”
“¿Qué pasó con Laura Aventuras?”
Repentinamente, me sentí profundamente triste. ¿Qué pasó con Laura Aventuras? ¿Se fue para siempre? ¿Sólo era muy vieja? digo, ¿cuándo fue la última vez que me puse mis ganchos y empaqué para escalar? ¿Cuándo fue la última vez que incluso había empacado una mochila?
El vender mi portabicicletas se convirtió en una completa crisis de identidad.
Por días, agonicé por vender o no deshacerme de mi equipo de aventuras. Soy una purgadora, no acumuladora. Así que, ¿por qué me costaba tanto dejar ir las cosas que ya no eran parte de mi vida diaria y que ya no lo habían sido por años?
Tropezándome con mis esquíes, un gran “¡aja!” me llegó: El deshacerme de mi viejo equipo era como deshacerme de partes de mí misma, partes que aún quería y apreciaba, aunque no nos habíamos conectado por mucho tiempo.
En lugar de abandonar mi antigua vida, necesitaba reclamarla. Era hora de recapturarla y revivir ese alegre y libre espíritu que amó los grandes paisajes y estaba listo para emprender cualquier aventura al menos una vez más.
Ahora que la elección de trabajo se ha hecho más sencilla. Cualquier deporte al aire libre o equipo que no disfruté al máximo, ese equipo estaba a la venta (durante mi proceso de reclamo, era igualmente importante dejar ir lo que no se sentía como “yo”). Para el resto, si había una luz de esperanza de que podría alguna vez practicar ese deporte otra vez (idealmente con un hombre fuerte al que le gustaría acompañarme), regresaba al armario.
Tímidamente, les respondí a esos amigos que querían comprar el equipo que yo reclamaba. Una vez más, sus mensajes me sorprendieron.
“¡Bien por tí!” fue la respuesta abrumadora.
© 2015 por Laurie Gardner